Inevitablemente caeremos en problemas en este mundo. Cuando eso ocurra, Santiago nos llama a tomar las riendas de nuestros pensamientos y elegir alegrarnos.

Cuando confiamos en Él, Dios puede utilizar el proceso del sufrimiento para producir algo bueno y hacernos íntegros.

Aunque es tentador que el necesitado caiga en la desesperación y el rico se confíe demasiado, Santiago llama a ambos a poner su fe sólo en Dios.

Dios bendice a los que soportan las pruebas y las tentaciones. Y podemos soportarlas con alegría porque sabemos que somos la posesión más preciada de Dios.

Ser rápido para escuchar, lento para hablar y lento para enfadarse es una habilidad adquirida que requiere humildad y entrenamiento.

Podemos alejar el pecado a través del poder del evangelio. Porque el Espíritu de Dios está en nosotros, podemos ser transformados.

El proceso de exponer nuestro pecado, aprender, responder, reajustar nuestros corazones y hacer lo que Dios nos llama a hacer, todo esto es una parte integral del crecimiento de nuestra fe.

Si queremos controlar nuestras lenguas o dar fin a cualquier otro pecado, debemos trabajar en nuestros corazones para exponer las raíces de nuestros deseos.

Escuchar la Palabra de Dios y responder con la acción ayuda a despojarnos de nuestro autoengaño y nos pone en posición de crecer.

La economía del Reino de Dios es lo contrario a nuestras tendencias naturales. Él valora la humildad, y su poder se manifiesta a través de la debilidad.

Debemos crear caminos para aquellos que están fuera del caudal de bendición en nuestra cultura para que puedan conectarse al caudal de bendición en el Reino.

En el Evangelio hay tanto mandamientos éticos como consuelo para nosotros. No se oponen entre sí: respondemos con obediencia mientras nos regocijamos en la misericordia de Dios.

Nuestras palabras y acciones son una ventana abierta a nuestras almas. Santiago dice claramente que los que siguen a Dios reflejarán su misericordia.

El Evangelio deja claro que la salvación sólo se consigue mediante la fe. El mensaje de Santiago trata de nuestras obras como expresión de una fe vibrante.

Dios es un alcanzador. Se derrama por el bien de los demás. Como hijos de Dios, tenemos su naturaleza dentro de nosotros y nos derramamos naturalmente por los demás.

La verdadera fe es dinámica: fluye de dentro hacia fuera, cambiándonos a nosotros y luego a los que nos rodean.

El conocimiento no es lo mismo que la fe. Lo que hacemos es una prueba más contundente de nuestra fe que lo que decimos.

Nuestra fe impulsa nuestras acciones y, a su vez, nuestras acciones tienen un efecto fortalecedor de nuestra fe.

Hay una conexión entre cómo manejamos nuestras lenguas y toda nuestra vida. O dominamos nuestra lengua, o ella nos domina a nosotros.

Los que tienen influencia y liderazgo representan la autoridad de Dios. Por lo tanto, sus pecados son juzgados más estrictamente.

Una lengua no controlada puede destruir tu vida. Sin embargo, hay un poder celestial que puede penetrar en nuestras almas y revertir esta realidad.

La voluntad de gestionar nuestras palabras también puede moldear nuestros corazones y alinearnos con la verdad.

Las palabras pueden traer vida o muerte. Como seguidores de Jesús, queremos ser un pueblo marcado por palabras de vida.

Muchos pretenden ser sabios; sin embargo, Santiago deja claro que la verdadera sabiduría se autentifica por la forma en que vivimos nuestras vidas.

La sabiduría se caracteriza por las obras de caridad, la templanza y la humildad.

Por el contrario, la sabiduría terrenal está impulsada por el celo, la ambición y el compromiso de tener razón por encima del cuidado de los demás.

Jesús es nuestro prototipo de sabiduría. No tenía celo por lo que merecía, sino que pedía a Dios misericordia para los que le crucificaban.

La falsa sabiduría se incrusta fácilmente en un contexto religioso. Muchos utilizan un celo aparentemente justo para promover su agenda, y el resultado es el caos.

Como Jesús, debemos abrazar la sabiduría que es mansa y humilde, cuidando de los demás con una actitud ganadora y receptiva.

Santiago deja claro que cuando nos criticamos o calumniamos unos a otros, estamos entrando en un terreno que no nos corresponde.

En última instancia, somos responsables de nosotros mismos y de cómo obedecemos la ley de Dios, no de lo que hacen los demás.

Sin embargo, hay veces en que tenemos que confrontar a otros creyentes cuando están hundidos en el pecado. Así es como Dios nos llama a amarnos unos a otros.

Uniformidad no es lo mismo que unidad. Podemos discrepar en cuestiones no fundamentales y seguir unidos en torno al Evangelio.

No debemos ser presuntuosos sobre el futuro o nuestra capacidad para lograr lo que queremos. Reconocer nuestra fragilidad demuestra humildad.